Agarrando una lanza de madera afilada y vestido con los restos destrozados de su uniforme militar, Ismael Zamora insiste en que está listo para el combate.
Zamora, un ex guerrillero de "la Contra", forma parte de un movimiento indígena separatista en la costa caribe de Nicaragua.
Si bien la lanza casera que Zamora lleva hoy en día no es tan formidable como el fusil AK-47 y el lanzacohetes RPG-7 que arrastró durante el levantamiento indígena contra el gobierno sandinista en la década de los 80, Zamora insiste en que la lanza sirve su propósito.
"Es para defender mis derechos y mi tierra", dice Zamora, un hombre de 63 años de edad bien llevados, flanqueado por una docena de otros excombatientes indígenas misquitos que portan similares armas improvisadas.
La muestra simbólica de fuerza es más pintoresca que temible pero demuestra la sensación de vulnerabilidad que sienten las comunidades indígenas a las amenazas viejas y nuevas.
A medida que los carteles de las drogas se vuelven cada vez más activos en Centroamérica, se registra un flujo de dinero sucio en las comunidades pobres a lo largo de la costa caribe de Nicaragua.
Grandes mansiones, camionetas 4x4 nuevas y lujosas embarcaciones muestran que algunos nativos ya están tomando ventaja de los narcodólares que circulan en su región.
Sin embargo, para las comunidades en su conjunto, las actividades de las bandas de narcotraficantes "han traído un aumento de la delincuencia organizada y la drogadicción".
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