¿Se niega Estados Unidos a reconocer la severidad de sus problemas financieros y, por lo tanto, es incapaz de abordar la más grave crisis que el país haya enfrentado?
Ésta es una historia de deuda, falsa ilusión y –potencialmente- de desastre. Y lo es para Estados Unidos y, si alguien considera que la influencia estadounidense es en general algo bueno, también lo es para el mundo.
El endeudamiento y la falsa ilusión son, las dos, totalmente estadounidenses: el país ha acumulado una deuda de US$14 billones y no hay un plan convincente para reducirla.
La cifra es imposible de comprender: es mejor enfocarse en el hecho de que aumenta US$40.000 por segundo. Retirar a las tropas de Afganistán va a ser de ayuda, pero ciertamente sólo de forma marginal. El problema es mucho más grande que cualquier otra área del gasto.
El economista Jeffrey Sachs, director del Earth Institute de la Universidad de Columbia, no es ningún conservador feroz en asuntos fiscales, pero en el tema de la deuda se convierte en halcón.
"Estoy preocupado. La deuda es grande. Debe de ser controlada. Mientras más esperemos, más tiempo sufriremos esta especie de parálisis; mientras se arrincone Estados Unidos en esta esquina, más disminuirá el liderazgo constructivo mundial del país".
El resto de la historia
La autora y economista Diane Coyle está de acuerdo. Y plantea un punto alarmante: que el reconocido déficit no es toda la historia.
La actual deuda ya es bastante mala, argumenta Coyle, pero los compromisos futuros de los baby boomers, las obligaciones en salud y pensiones, indican que el peso del endeudamiento es parte del tejido social.
"Tienes promesas implícitas en la estructura de los Estados de bienestar y en las poblaciones que envejecen que significan que hay un reconocimiento de que la deuda tendrá que ser pagada por los contribuyentes del futuro, y eso podría duplicar las cifras publicadas".
Richard Haass, del Consejo de Relaciones Exteriores, admite que este reconocimiento estructural de la deuda futura no es exclusivo de Estados Unidos. Todas las democracias avanzadas tienen más o menos el mismo problema, afirma, "pero en el caso de EE.UU. las cifras son absolutamente enormes".
Haass, ex diplomático estadounidense, está impulsando desde la academia que sus compatriotas se tomen en serio la deuda y que el resto del mundo la tenga en cuenta.
Recurre a la analogía de Suez y la presión que se puso sobre el Reino Unido y Estados Unidos para retirarse de esa aventura. La presión no fue, por supuesto, militar, sino económica.
El Reino Unido necesitaba la ayuda económica de Estados Unidos. En el futuro, si China escoge mostrar su músculo en el exterior, no serían los almirantes chinos los que plantearían la amenaza real, dice Haass. "Los banqueros chinos podrían hacer el trabajo".
Si los banqueros de China retiraran su apoyo a la economía de EE.UU. y su disposición a financiar el gasto del país, podrían generar un impacto casi de un día para otro en cada uno de los estadounidenses, forzando a que las tasas de interés volaran por los cielos y torpedeando la economía más grande del mundo.
No todos aceptan la tesis de la deuda como catástrofe.
David Frum es un intelectual republicano y ex redactor de los discursos del ex presidente George W. Bush.
Frum afirma que el problema, y la solución, son más bien simples: "Si le dijera que tiene una enfermedad que lo postrará por completo y que podría ser prevenida con un par de aspirinas y una caminata, bueno, supongo que la situación no sería apocalíptica, ¿no?".
"Las cosas que Estados Unidos debe hacer para poner su casa fiscal en orden no son tan extremas como lo que Europa debe hacer. La deuda no es un problema financiero, es un problema político".
Frum cree que un acuerdo futuro para reducir el gasto –él piensa que EE.UU. gasta demasiado en salud- y aumentar los impuestos podría muy rápidamente disminuir el problema de la deuda a niveles de cotidianidad normal.
"Hipocresía organizada"
¿Qué es lo que está a la raíz de la falta de atención de EE.UU. a su deuda? Puede argumentarse que el problema no es ni económico ni político; es una incapacidad cultural para enfrentar decisiones difíciles, aun cuando se reconozca que las opciones están ahí.
La nación es increíblemente exitosa y gloriosamente atractiva. Pero es también profundamente disfuncional en varios aspectos.
Miremos, por ejemplo, a Alaska. La autora y estudiosa de Estados Unidos Anne Applebaum defiende que, como ella lo pone, "¡Alaska es un mito!".
Applebaum afirma que la gente que vive en Alaska –y la que aspira a vivir en Alaska- imagina que ésta es la última frontera, "el lugar adonde van individuos fuertes y excavan para hallar petróleo y disparan a los renos, y hacen dinero de la forma en la que seo hacía hace 100 años".
Pero en realidad, Alaska es el estado más subsidiado de la unión. Hay más gasto social en Alaska que en ningún otro lado.
Para convertir al estado en un lugar donde se puedan vivir vidas decentes, hay una enorme transferencia de dinero a Alaska desde el gobierno federal estadounidense, lo cual significa, por supuesto, desde los contribuyentes de Nueva York, Los Ángeles y otros sitios donde vive gente menos fuerte. Alaska es una hipocresía organizada.
Demasiados estadounidenses se comportan como los habitantes de Alaska: se piensan a sí mismos como individuos resistentes que no necesitan la ayuda del Estado, pero de todas maneras toman el dinero de cuidados de salud y pensiones y de todas las otras áreas de la vida estadounidense en las que el gobierno federal gasta su efectivo.
El movimiento del Tea Party habla de recortes al gasto público, pero cuando llega la hora, los estadounidenses siempre parecen estar hablando de recortes al gasto que afecte a alguien más, no a ellos, y a impuestos, pero también para otros.
Y nadie habla de elevar los impuestos. Jeffrey Sachs tiene una teoría para explicar esto.
Los dos partidos políticos de EE.UU. están tan desesperados para recaudar dinero para las constantes elecciones nacionales –la Cámara de Representantes se renueva cada dos años- que no pueden hacer nada que moleste a los ricos y a empresas poderosas.
Así que no tocan los impuestos.
Las conclusiones no son fáciles. Es difícil creer que una nación históricamente tan hábil, lista y abierta pueda sucumbir a tal desastre de esta manera.
Pero EE.UU., además de ser un lugar de trabajo duro e ingenioso, no es ajeno a la celebración de la gula y la ignorancia, por ejemplo, considerar la evolución de las especies como controvertida.
La crisis de la deuda es una crisis fascinante, porque es mucho más que dinero. Es una prueba de una cultura.
Es un asunto de despertar, como dicen los estadounidenses, y oler el café. Y –como en Texas- coger la montura y galopar con propósito.
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